El pasado 23 de junio, el tribunal internacional de Camboya concluía el caso 002/02 y lo dejaba visto para sentencia.
¿Quiénes son los acusados y qué se juzga en el caso 002/02?
Nuon Chea, «el «hermano número 2» y presidente de la Asamblea Nacional de la Kampuchea Democrática y Khieu Samphan, secretario de Estado de Kampuchea Democrática. Ambos están acusados de genocidio, crímenes contra la Humanidad y violaciones graves del Convenio de Viena, cometidos en los centros de tortura y exterminio como el S21:Toul Sleng ; a través de la persecución a los musulmanes cham y a los vietnamitas y los matrimonios forzosos que aumentaron el número de violaciones sexuales y provocaron embarazosos forzosos.

La última sesión
Durante la vista final, antes de abrirse el período en el que el Tribunal deberá dictar la sentencia, Khieu Samphan fue el protagonista, frente a un Noun Chea que decidió optar por el silencio y no decir nada.
«Los líderes del Partido Comunista de Kampuchea no exterminamos a nuestra gente. […] Soy consciente de que ellos realmente sufrieron […] También he oído como hablan de mí, llamándome «asesino». Pero rechazo categóricamente el término asesino.»
Sin embargo, aunque intente negarlo, él y el resto de «hermanos» del Partido Comunista de Kampuchea es lo que son: unos genocidas sin escrúpulo alguno.
A lo largo de tres años, ocho meses y 20 días, el tiempo que duró su régimen entre 1975 y 1978, alrededor de casi dos millones de personas fueron exterminadas, la cuarta parte de la población camboyana.
No es necesario mancharse las manos de sangre para ser considerado un asesino. No hace falta siquiera ordenar una muerte inmediata. El simple hecho de organizar una estructura política que lleve al cuerpo humano a la extenuación hasta que, incapaz de soportarlo, caiga al vacío, te convierte en asesino.
Los trabajos forzosos en los campos de arroz durante más de 12 horas, siete días a la semana. La condena a la más profunda inanición, a sobrevivir con uno o dos gramos de arroz al día, si eso. La privación de asistencia médica y de medicamentos. Las torturas en los centros de exterminio. Las ejecuciones. Los matrimonios forzosos en los que los maridos eran vigilados para que violasen su mujer. Embarazos forzosos durante los cuales la mujer tenía que seguir trabajando. Además de la persecución del «pueblo nuevo» (intelectuales, funcionarios, profesores, abogados, estudiantes); de minorías étnicas como los musulmanes cham o los vietnamitas y a los monjes budistas.
Cuando el gobierno del que formas parte como líder, organiza y ordena esta serie de atrocidades, sino eres un asesino, ¿qué eres?
Las historias las escriben aquellos que ganan
Mi interés por esta historia surgió por la profunda conmoción que la magnitud de las cifras me produjo y, sobre todo, el completo desconocimiento que tenía de ellas. Me parecía que era una auténtica barbaridad lo que los jemeres rojos habían llevado a cabo en su país.
No obstante, a medida que uno se informa, conoce más en profundidad una historia y empieza a entender con objetividad el contexto político en el que se desarrollan unos hechos, entiende que las situaciones no son tan sencillas como señalar quiénes son los buenos y los malos de la película. No. La vida es mucho más complicada.
Por ello, en honor a la verdad hay que señalar una serie de matizaciones.
La lectura de este capítulo negro de la historia solamente se está haciendo desde el libro que EEUU y la ONU han escrito para ello. Como ya escribí en la entrada sobre la constitución del Tribunal Internacional, su jurisdicción se limitó a los años en los que los jemeres rojos estuvieron en el poder. Entonces, habría que preguntarse, ¿y cómo llegó esta guerrilla comunista que en 1969 apenas contaba con cuatro mil militantes a hacerse con el poder del país enfrentándose a EEUU? ¿Por qué en 1973 aumentaron hasta alrededor de 50 mil soldados? [A],
Causas del ascenso al poder
El 11 de febrero de 1969, durante un desayuno en Washington, el Pentágono encabezado por el presidente Rixard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, y a espaldas de la opinión pública,[1] deciden el bombardeo sistemático del campo camboyano, bajo la excusa de que “no se bombardeaba a Camboya, sino a Vietnam del Norte dentro de Camboya”. [2]
Gracias a archivos desclasificados de la CIA y posteriores informaciones sobre estas operaciones ilegales [3] se conoce que, entre 1965 y 1973, los americanos arrojaron sobre Camboya 2.756.941 toneladas de bombas, ocasionando más de 150 mil muertos [4] o, según otras fuentes, hasta 500 mil [5].
Camboya se convirtió así en el país más bombardeado de la historia del hombre. Cayeron en el campo camboyano más bombas que todas las lanzadas por las tropas aliadas durante la II Guerra Mundial.
Esta tragedia sería la principal causa de la radicalización del campo y el nacimiento de un odio visceral hacia el imperialismo occidental y, en concreto, el americano. A modo de profecía, en 1951, el primer ministro camboyano, Yen Sambaur, ya auguró: “La mejor forma de hacer a un campesino comunista es quemar su casa y matar algún miembro de su familia”. [7]
Las reglas del juego
Nunca se puede justificar un genocidio. Ni siquiera un asesinato individual. No obstante, los EEUU, la ONU y, en general, la comunidad internacional ha querido dar la espalda a estos hechos para no reconocer su parte de culpa y de responsabilidad (la ONU mantuvo a los jemeres rojos en el asiento oficial de Camboya hasta 1993). De manera que, limitando la jurisdicción de los tribunales por «razones presupuestarias» al período transcurrido entre 1975 y 1979, han evitado que se hable de los crímenes que por ellos, o con su complacencia, fueron cometidos.
Entonces, aunque dichas por uno de los principales culpables de la masacre de Camboya, no dejan de ser menos ciertas las palabras de Khieu Samphan: «Todos aquellos que murieron por creer en un ideal mejor, en un futuro brillante, y que murieron durante la guerra de cinco años bajo los bombardeos estadounidenses y el conflicto con los invasores vietnamitas […] su memoria nunca va ser honrada por ningún tribunal internacional».
Ninguno de los dos principales medios del país en habla inglesa The Phnom Penh Post y The Cambodia Daily hacen reflexión alguna sobre sus palabras, simplemente las reproducen, sin explicar a los camboyanos a qué se refiere Samphan con ellas, lo cual, en mi opinión, es tachar un párrafo muy amplio de aquel relato y ocultar parte de la verdad a la población.
Sin embargo, esto puede entenderse si tenemos en cuenta que en la década de los 90, para poner fin a la guerra civil que desde la caída de los jemeres afrontaba el país, mucho de los guerrilleros fueron incorporados a altos puestos del gobierno y del ejército. Hun Sen, primer ministro camboyano desde las primeras elecciones democráticas, es, de hecho, uno de aquellos líderes de los jemeres rojos. Sin embargo, como animal político que es , al grito de sálvense quien pueda, decidió huir a Vietnam en 1977.
Esta es la doble máscara de la política internacional. Una hipocresía que desvirtúa la labor tan importante que día a día se desarrolla en las Salas Extraordinarias de la Corte de Camboya, al tratar de reescribir una historia en la que solo los jemeres rojos sean los culpables de lo que ocurrió mientras los demás les señalamos con el dedo acusador.
¿Qué hubiese ocurrido si aquellas bombas no hubiesen destruido el campo camboyano? Obviamente nunca lo sabremos. Pero si aquellos artefactos norteamericanos hubiesen destrozado tu casa, tu tierra, a tu familia ¿no hubieses deseado expulsarles de tu país? ¿No hubieses apoyado a la guerrilla que se enfrentaba a ellos y que prometía devolver Camboya a los camboyanos y un futuro próspero sin hambre ni guerra?
Aunque celebro que al fin, más de 30 años después se estén juzgando a estos líderes, demostrando que nunca es demasiado tarde para devolver la memoria y la verdad a un pueblo; se trata de una justicia parcial.
Hacer recaer el peso de la historia sobre los hombros de aquellos dos líderes es también una forma de injusticia.
[1] Ver Bombs Over Cambodia: New Light on USAir War, Taylor Owen and Ben Kiernan, may 13, 2007, Japan Focus.
[2] AGUIRRE, Mark. op. cit. pág. 99
[3] El bombardeo de un país neutral era ilegal ante la Constitución americana. Ver SHAWCROSS, William Sideshow, Kissinger Nixon and the destruction of Cambodia. London: The Hogarth Press, 1991, pág. 233.
[4] Ver Informes sobre Camboya del Centro de Estudios del Genocidio de la Universidad de Yale
[5] MAGUIRE, Peter. Facing Death in Cambodia. New York: Columbia University Press, 2005,págs.43-45
[6] AGUIRRE, Mark. Camboya: El legado de los Jemeres Rojos. Madrid: El Viejo Topo (2007) pág. 95.
[7] LEWIS, Norman. A Dragon Apparent, Travels in Cambodia, Laos and Vietnam. London: Eland, 1982
[A] AGUIRRE, Mark. op.cit. pág. 95.
Una respuesta a «Los asesinos no se arrepienten. Reflexión personal»