Apenas les bastó un año para que Camboya notase los efectos del gobierno de los Jemeres Rojos. En 1976, informes revelan que un 40% de la población ya era incapaz de trabajar por enfermedad. Teniendo en cuenta el empeoramiento de la situación, podemos imaginar que, en 1979, la situación era insostenible
Además, la locura genocida empezó a afectar a los propios miembros del partido. Nadie estaba ya a salvo, ni los propios jemeres. De los algo más de mil cuadros comunistas que constituían la espina dorsal del régimen en 1975, menos de la mitad sobrevivirían a las purgas que empezaron a dinamitar el partido en 1976 y que siguieron durante los años siguientes hasta su final.[1] Cada vez más obsesionado con una posible invasión vietnamita, Pol Pot solo veía a su alrededor traidores al régimen que merecían morir.
Por otro lado, el cabecilla convirtió su miedo a un ataque vietnamita en un problema interno de la política camboyana fomentando el enfrentamiento con Hanoi, de modo que las pequeñas escaramuzas fronterizas se acabaron convirtiendo en una auténtica batalla que los debilitados jemeres rojos, empobrecidos y hambrientos, tenía todas las de perder.
En los últimos meses, la guerrilla había perdido incluso el apoyo del pueblo base: sus campesinos glorificados, al que la muerte ya alcanzaba por igual y que estaba totalmente desilusionado con el gobierno comunista al que había ayudado a conquistar el poder [2].
Desde el ejército la situación no era muy diferente. Los guerrilleros comenzaron a huir a Vietnam, donde formaron el embrión del Frente Unido de Salvación Nacional, una agrupación de camboyanos que querían liberar a su país.
Así llegó, la ofensiva del 24 de diciembre de 1978 sobre el Kratie encabezada por 150.000 soldados vietnamitas, seguidos y apoyados por tres regimientos de camboyanos. Tres meses tardaría Hanoi en hacerse con el control del país vecino. Los camboyanos recibieron esta invasión como una liberalización y facilitaron la entrada de los tanques vietnamitas.
La operación militar fue desarrollada con tal rapidez que el 7 de enero de 1979 cuando los vietnamitas llegan a Phnom Penh, hacía solo unas horas que Pol Pot había huido hacia la frontera con Tailandia e incluso, algunos como Ieng Sary, todavía estaban en la capital. Esta inmediatez les impidió eliminar las huellas de su crimen que, gracias a la publicidad y el cuidado que se encargaron de darle los vietnamitas, el mundo podría conocer.
A sus espaldas, los jemeres rojos dejaban un 42% de niños huérfanos, 150.000 refugiados solo en Estados Unidos; las tasas más altas de depresiones nerviosas de todos los oriundos de Indochina, 48 doctores de los 550 censados en 1975 y 450 de los 11.000 estudiantes universitarios. [3]
En la prisión de Toul Sleng, siete cadáveres aún con la sangre caliente yacían en el suelo.
[1] CHANDLER, David P. Brother Numer One, a politial biography of Pol Pot. Westview Press, 1999
[2] AGUIRRE, Mark. Camboya: El legado de los jemeres rojos. Mataró: El Viejo Topo, 2009,. pág. 140
[3] GOTTESMAN, Evan Cambodia after the khemer Rouge, inside the politics of nation building, Yale University Press, 2003
[4] AGUIRRE, Mark. op.cit. págs. 144