Desde la asunción del poder por parte de los jemeres rojos, el pasado de la población era escrutado desde el principio con todo detalle. Los camboyanos, en un principio los evacuados y después toda la población, eran obligados a redactar una biografía de forma regular, a modo de autocrítica, aclarando siempre su origen social, étnico y económico.
A través de ellas, se conseguía obviar cualquier procedimiento de justicia y, al menor indicio de duda o traición, eran encarcelados y sometidos a tortura hasta que se produjera una confesión (la que fuera, verdadera o falsa) seguida de una muerte segura.
La tortura más allá de perseguir la propia inculpación, pretendía la acusación de otros. Hay que pensar que el contexto de estar sufriendo los horrores más terribles, bastaba recordar simplemente el nombre de tu vecino, para decirlo sin el menor reparo, con la esperanza de que aquello cesara. Pero, que el dolor terminase, solo significaba que tocaba el siguiente paso: la muerte. Entre las declaraciones más usuales estaban el haber cometido crímenes contra el partido y el Estado como agente de la CIA o del KGB o vietnamita.
Sin embargo, en muchas ocasiones, las detenciones también llegaban de forma totalmente arbitraria como cuenta una víctima en el documental de Rithy Pahn: S-21 La máquina de matar de los Jemeres Rojos, víctima de los jemeres rojos:
“Una noche llegaron unos camiones. Amontonaron a los niños en su interior y los distribuyeron. Había entre 20 y 30 muchachos por camión. En la ruta algunos enfermaban y vomitaban. Llegamos a Phnom Penh en la noche y el jefe nos dijo: “Camaradas, junten sus cosas, regresamos al pueblo” Pero realmente llegamos a la prisión de Toul Sleng”. [1]

Otras causas de detención podían ser manifestar cansancio, tratar de huir para ver a un familiar, mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, robar comida y las ya mencionadas como hablar inglés, ser vietnamita o haber sido un funcionario antes de la caída de Phnom Penh.
Y, ¿cuál era el destino de estos enemigos de la patria?
Algunos “afortunados” morían en el instante de ser detenidos. La mayoría a golpes o asfixiados [2]. La ejecución con arma blanca, debido a la escasez de suministros tuvo lugar en un nivel muy bajo. Los otros, los “más desdichados” eran destinados a los centros de reeducación que, aunque su nombre transmite una idea de reinserción social del individuo, nada más lejos de la realidad. Esas cárceles constituían auténticas máquinas de matar.
El Centro de Estudios del Genocidio de la Universidad de Yale ha estimado en 158 el número de prisiones establecidas por los jemeres rojos entre 1975 y 1979.
Fotografías: Museo del Genocidio Toul Sleng
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[1] PAHN, Rithy (director) S-21 La Máquina de matar de los Jemeres Rojos. Camboya: Arte & First Run Features , 2003
[2] Sus gritos eran apagados a través de la música nacional que emitían unos grandes megáfonos que se colgaban por todo el campo. De esta forma se evitaba que cundiese el pánico entre los campesinos, aunque los troncos de los árboles, contra los que muchas veces se reventaban los cráneos, eran la prueba más evidente de lo que estaba ocurriendo.
[3] MARGOLIN, Jean-Louis. op. cit. pág. 692.
2 respuestas a «La bajada a los infiernos. Los centros de reeducación.»