La idea que descansaba detrás de las deportaciones masivas era la ambición de Pol Pot de convertir a Camboya en un grandioso campo de arroz. Así, forzando a la población a trabajarlo, se recuperaría la grandeza perdida del gran Imperio Jemer.
“Es al campesino, fuente de la verdadera sabiduría, a quien queremos liberar de la opresión y el embrutecimiento. No es como los monjes perezosos, incapaces de cultivar arroz. Sobre su inteligencia y su fuerza de trabajo hemos de construir nuestro futuro. Esa sociedad no conservará más que aquello que hay de mejor en él y eliminará todos los restos contaminados de la época decadente por la que atravesamos”, explicaría el futuro jefe de Toul Sleng, el camarada Duch, al étnólogo francés François Bizot durante el tiempo que estuvo apresado.
El objetivo era conseguir producir tres toneladas de arroz por hectárea. Sin embargo, esto era inviable.
En primer lugar, porque, en pleno siglo XX, era de la modernización y desarrollo de la industria, Pol Pot rechazó cualquier tipo de innovación y, muy al contrario, impuso un sistema rudimentario del arado, el buey y la azada, basado en su reivindicación del pasado campesino de la nación jemer, en su ilusión de crear una arcadia comunista, como mundo ideal de igualdad y justicia, que hacía imposible conseguir un nivel de producción que pedía.
En segundo lugar, porque esa estratosférica meta económica era irrealizable y totalmente aislada de la realidad, pues en 1970, antes de la guerra, se cosechaba en promedio menos de una tonelada por hectárea e incluso, para que se hagan una idea, en 2005, con ayuda internacional de por medio, se ha conseguido producir 1.9 toneladas por hectárea. Por tanto, pretender producir tres toneladas por hectárea era una idea descabellada de un loco inconsciente. No obstante, es indudable que el cabecilla pretendía cumplir sus propósitos a través de la explotación y ese era el destino que les aguardaba a los pobres desdichados que dejaban a sus espaldas la ciudad.
Al final del régimen, se calcula que el 43,9% de los habitantes que fueron deportados de Phnom Penh, murieron.[1]
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[1] SLIWINSKI, Marek, Le Genocide khmer rouge: une analyse dèmographique, París: L`Harmattan pág. 232