A lo largo del s. XX, la fuerza del imperialismo occidental se impondría en Asia y el rey camboyano Norodom, padre de Sihanouk, firmaría con Francia el Tratado por el que, a partir de 1863, se instauraría un protectorado francés en el país que se prolongaría durante 90 años. Bajo el dominio colonial, la resistencia nacionalista fue permanente, no obstante, el país consiguió notables avances, principalmente en las ciudades, donde se concentraba el poder, quedando el campo relegado a un segundo plano que, además, sufría el expolio de sus recursos naturales como la madera, el caucho o los minerales.
Por otro lado, algunos camboyanos pudieron tener acceso a una educación e incluso licenciarse en Francia, como precisamente los que luego constituirían la cúpula de los jemeres rojos. Sin embargo, la llegada de los franceses también supuso la occidentalización de aquel pueblo, que, en algunos casos, abandonó sus tradicionales costumbres campesinas fascinados por el consumismo y el lujo capitalista aunque no sin cierta perturbación, tal y como definió Henry Marchal, conservador de Angkor: “La pérdida de la independencia había hundido a los ricos camboyanos en un complejo de inferioridad acerca de cada cosa que producía su país”.[1]
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[1] AGUIRRE. Mark. Camboya. El legado de los jemeres rojos. Mataró: El Viejo Topo, 2009, pág. 56.